jueves, 16 de octubre de 2014

EL BCE DEBE SACAR LA ARTILLERÍA PARA ACABAR CON EL RIESGO DE OTRA RECESIÓN


Los mercados financieros demuestran que se encuentran en carne viva, con una sensibilidad que les hace reaccionar de forma extrema ante casi cualquier dato. Ayer, la coincidencia de varias informaciones negativas, de muy diferente índole, hizo que el espasmo fuera especialmente violento y provocara caídas generalizadas en las principales bolsas del mundo.
Se confabularon, por un lado, la primera contracción desde enero de las ventas minoristas en Estados Unidos (acompañada por la mengua de los precios de la producción en el mismo país) con, por otro lado, los rumores sobre una salida precipitada de Grecia del programa de rescate de la troika, más el retroceso de los precios del petróleo a mínimos de ocho meses, entre otros factores.
Con todo, un simple mal día no basta para explicar movimientos como la caída del 3,59% que sufrió el Ibex 35 y su cierre en el nivel más bajo desde marzo (9.838,50 puntos).
Conviene contemplar la evolución del selectivo español con más perspectiva. No en vano, en las últimas tres semanas el retroceso acumulado del Ibex 35 roza el 12%. Esa cantidad es comparable a los 18 puntos de contracción experimentados en julio de 2012, en los 21 días previos a que el BCE lanzara su primer mensaje de acción en pro de la supervivencia del euro.
Entonces como ahora, más allá de los datos coyunturales, subyace en los mercados la preocupación por el futuro económico europeo. Hoy ya no se trata de los temores a un resquebrajamiento de la Unión Monetaria; lo que está en juego en estos momentos es su igualmente peligrosa japonización.
 Un escenario de caídas del PIB (seguidas de nulo crecimiento), deflación e ingente deuda pública es factible en una zona del euro en la que Alemania recorta radicalmente sus previsiones de crecimiento hasta niveles (1,2% en 2014) que, sin embargo, son envidiables para las estancadas Francia e Italia. Su esclerosis ya tiene repercusiones en la periferia europea: las exportaciones españolas cayeron en agosto pasado a un ritmo no visto desde 2009.
La situación vuelve a ser crítica en Europa, por tanto, y los mercados reaccionan del mismo modo en que lo hicieron en 2012: señalando al BCE. Lo hacen con base; no en vano, aquel "lo que sea necesario para salvar al euro" que Mario Draghi pronunció zanjó los ataques contra el euro. Ahora, no obstante, ante un escenario tan complicado como el que plantea la que sería la tercera recesión desde 2008, las palabras se hallan lejos de ser suficientes.
Draghi aún se guarda un arma de tanto alcance como sería una acción de compra masiva de deuda pública, un quantitative easing (QE) al estilo de la Reserva Federal. La comparación con la Fed no es gratuita: EEUU también apuró, en 2010, hasta el borde de la recaída en una recesión, que finalmente se esquivó gracias al programa masivo de compras de activos de Ben Bernanke. Es innegable que la zona del euro no es EEUU y que la coexistencia de diferentes, incluso opuestas, estrategias fiscales impide que la política monetaria tenga los mismos efectos a ambos lados del Atlántico.

Por tanto, Draghi debe seguir reclamando reformas estructurales a los Gobiernos del euro. Con todo, la situación exige más del BCE. Su reunión del próximo día 6 no puede concluir, como en la de octubre, con un mensaje poco concreto, en el que ni siquiera se fijó el alcance de su última decisión, basada en la adquisición de activos bancarios. Conviene que el banquero central recuerde la advertencia que él mismo lanzó en agosto: "El riesgo de hacer poco supera ahora al de hacer demasiado".

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